Tengo la suerte de trabajar con bebés y de modo cotidiano. Es muy distinto cuando un terapeuta trabaja solamente con bebés en la consulta o en centros de salud mental: siempre ve los casos que gritan por ayuda, los que tienen una sintomática tal que no se les permite (al niño y/ o a sus padres) llevar una vida entendida socialmente como normal y a vivir en sus pieles la exclusión social que genera el sufrimiento mental. En mi caso, al estar media jornada en un centro de educación infantil, tengo el privilegio de acompañar a muchos bebés (actualmente 22, entre los de mi grupo y los de mis compañeras de trabajo). Y a tener la consciencia de que hay mucho más sufrimiento psicológico en la “vida normal” de lo que se supone. El efecto de las dificultades emociones de los padres en sus hijos son muy evidentes. Así como es evidente el peso de la imposición social para adaptarles a las reglas sociales, aún más cuando uno trabaja con un enfoque respetuoso y con educación viva. Y si hubo una cosa que aprendí en estos años es que todos los bebés muerden. No sólo a juguetes y a chupetes, sino que también a personas. Y cuánto más te quieren, más te van a morder. Y sí, ¡es una mordida de amor, del tipo caníbal! Así cómo las situaciones más difíciles – y desbordantes para su incipiente ego – serán escenario de mordidas en sus compañeros. También hay los casos de los bebés que tienen, por un periodo, una compulsión por morder. Eso suele pasar cuando hay un sufrimiento psicológico relacionado a una situación específica, de corto o largo plazo, y de la cual el bebé no tiene condiciones aún de poder expresarse por otros medios (como por ejemplo el nacimiento de un/a hermano/a, o la separación de los padres). En general el tiempo es el mejor remedio, y nuestras intervenciones en el equipo visan a acoger al bebé, darle la oportunidad de expresar su angustia de otro modo si es posible, y a proteger a los demás. Pero a veces nos equivocamos, por la influencia de nuestras propias emociones, y por ello valoramos mucho la discusión de casos en el equipo, para analizar las estrategias de intervención caso a caso. Pero el tema se queda bastante complejo pues los niños que han sido mordidos (aunque también sean mordedores) llegan a sus padres con sus “pupas” y con los nombres de los responsables en la punta de la lengua. Aquí hay otro trabajo por parte del equipo: poder acoger las angustias de los padres sin querer satisfacer sus deseos. Porque el deseo de los padres es, de un cierto modo, que el niño mordedor reciba toda clase de condicionamientos para que no vuelva a morder, mismo que ello implique en una cierta tortura e/o violencia hacia sus sentimientos y impulsos vitales (no puedo dejar de citar la declaración del ex jugador de fútbol el brasileño Ronaldo, que a su hija la metía en una habitación oscura “con el Lobo Feroz”). Para algunos padres que siguen la línea “Ronaldo” de crianza, los mordedores son una amenaza a su sistema educativo y desde luego la perspectiva de una educación respetuosa les parece insuficiente. A los padres que se alinean con la educación respetuosa, por más reflexivos que sean, no lo sentirán igual si sus hijos muerden o han sido mordidos y tienden a ser más duros cuando el mordedor es otro niño que no el suyo. Hace falta recordar lo que he dicho antes: que muchas veces el morder expresa también el querer. Una represión a la conducta de morder es también una represión al amor visceral (lo que no me sorprende dado que hay muchísimas represiones hacia el amor visceral dirigidas hacia las madres). En educación viva tratamos de no reprimir. Entendemos que hay una fase en el desarrollo (concretamente la fase oral) donde las mordidas son más frecuentes, y después dejan lugar a la fase siguiente donde el bebé, que ya se pone de pie, es capaz de empujar (al adulto y a los demás). Y volvemos a lo mismo: cuánto más te quieren, más te van a empujar. Y sí, a veces ¡es un empujar de amor, tipo me separo y me fusiono a ti! Así cómo las situaciones más difíciles – y desbordantes para su incipiente ego- serán escenario de empujones hacia sus compañeros. También hay los casos de los bebés que tienen, por un periodo, una compulsión por empujar. Eso suele pasar cuando hay un sufrimiento psicológico relacionado a una o más situaciones, de corto o largo plazo, y de las cuales el bebé no tiene condiciones aún de poder expresarse por otros medios (como por ejemplo el nacimiento de un/a hermano/a, o la separación de los padres). A veces puede pasar que el bebé regrese a la fase de morder. O combine a ambas. Los niños que se quedan con el morder compulsivo, mismo después de pasar por la fase de empujones, generan malestar y preocupación en el equipo. Es una señal de que algo va mal, y que sufren mucho. Pero también hay los casos de los niños que se quedan fijados con los empujones, y en estos casos igualmente hay sufrimiento por parte del niño. Y finalmente llego en el punto de mi argumentación: los empujones son más aceptados socialmente. Es más fácil convencerles a los padres que su hijo necesita ayuda cuando muerde que cuando empuja repetidamente. Y el revés también es verdadero: los padres de los niños mordidos suelen desesperarse más que los de los empujados. ¿Reprimir el impulso de morder?Hipocresía y cinismoUn niño que muerde demasiado, hoy, tiene más chances de terminar con pastillas y con un histórico psiquiátrico. Parece exagero pero desgraciadamente no lo es, porque me refiero a una forma de poner límites en los niños que genera reacciones en cadena, un efecto mariposa que muchos educadores han acompañado. Las mordidas son reprimidas, así como muchas otras conductas del niño --que, insisto, muerde para expresar sufrimiento, sin que se le atienda la razón de su sufrimiento, sin que escuela y padres se dignen a investigar qué le pasa realmente (o estén dispuestos a cambiar su forma de ser con sus hijos para que no sufran). El morder es visto como "anti-social", en el final de la cadena hay el "Trastorno antisocial de la personalidad." Y no es coincidencia que en el caso del jugador Suárez, la FIFA además de haberle punido severamente, le haya dicho que “debería pasar por un tratamiento” (The Telegraph, 28 de Junio). Sabemos de decenas de casos de otros jugadores que empujan y pegan repetidas veces sin recibir punición fuera de campo (a veces se quedan con las tarjetas amarillas y rojas del juez). Además de la hipocresía hay el cinismo, el hecho de recomendarle “tratamiento”, sin especificar de qué tipo (a mi me resulta demasiado evidente que se refieren a psiquiátrico o psicológico). En nuestra sociedad, el tratamiento en salud mental es visto muchas veces como redención post punición a los que no han querido adaptarse a las reglas (siguiendo la misma lógica de la medicalización en masa de los niños hiperactivos). De hecho, no tengo la más mínima idea de lo que ha llevado a Suárez a morderle a su compañero, porque no he acompañado su historia lo suficiente para poder entenderle. Pero sí me siento con derecho a analizar la reacción de la FIFA como un reflejo del estilo educativo dominante actualmente. La reacción de Chiellini, el jugador mordido, es emblemática: me hace recordar a mi y a algunos de mis compañeros de escuela, que no éramos muy santos y nos sentíamos solidarios (y a veces incluso culpables) cuando un niño en especial (en general otro chico) recibía puniciones más severas y comparativamente más injustas. Por distintas razones: porque le caía mal al profesor, porque había tocado en un tabú, o porque el castigo “refleja también sus faltas anteriores” (esta última la misma justificativa de la FIFA por una suspensión tan larga a Suárez). Y tengo que confesar que todo ello me parece muy simbólico. Porque para mi, si el empujón representa el gesto del niño hacia la individualidad y la independencia, la mordida representa el amor visceral y el deseo de devorarnos. Vivimos en un mundo donde se permite de forma hipócrita que el camino hacia la individualidad y la independencia sea violento. Se reconoce como moralmente malo “pasar por encima de los otros”, pero nadie va a la cárcel por ello (mismo cuando deja a toda una nación más pobre). Pero el amor visceral es primitivo y salvaje, es cosa de locos, es infantil, ¡ay sí! Lo infantil, en nuestra cultura, es lo excluido, y pobres bebés –¡no les queda más remedio que ser infantiles! Como sociedad nos cuesta respetar a lo infantil, a entenderle en su esencia y naturaleza sin juzgarle y sin el ímpetu de moldearlo hacia lo que creemos maduro. Y no digo nada nuevo al afirmar que nuestro intento fracasa, porque seguimos muy infantiles (con nosotros mismos, con otras culturas y razas, con el medio ambiente). Al estar trabajando con bebés me trasformo en testigo y agente, y veo a las cosas desde otra óptica. Quizás incluso simpatice un poco un Suárez. Pero igualmente siento que no podemos seguir haciendo las cosas tal y como hemos hecho hasta ahora. Como sociedad minamos, a cada minuto de vida, el trabajo del niño (y consecuentemente de todo ser humano) hacia su crecimiento personal. Y empezamos muy pronto, demasiado pronto. PD:No puedo dejar de señalar que además de la represión global, en nuestra cultura existen las diferencias que ocurren en los géneros. No se ve de la misma forma a una niña que muerde y a un niño que muerde – la primera generará más preocupación. Después, en la fase anal, se espera que los niños empujen y peguen más que las niñas.
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