"Empecé con mucha flexibilidad, goce, disfrute. Me sentía flexible, potente y capaz. Pero entonces mis manos empezaron a moverse en un ritmo muy distinto... Era un enigma, parecían tener vida propia. 'Heh, ¡aquí hay algo!' Y sólo el hecho de pensarlo me paralizó. La rigidez invadió mi movimiento y sentí mucha rabia. Grité. Pegué el suelo. Mis manos dolían. Y me quedaba con esa sensación de que el movimiento no era auténtico, yo estaba fingiendo. 'No, fingiendo no. Es que hay frenos.' Era una lucha, un intentar soltarse sin poder, la sensación de que había llegado a un límite. Que ya no podía avanzar, y yo aún así luchaba, me tiraba al suelo para intentar provocar la sensación de entrega. Pero no era entrega era lucha. Lucha con mi incapacidad de entregarme. Y exhausta en el suelo dejé de luchar. Esperé, no hice nada. La respiración estaba acelerada. Me giré boca abajo, junté las manos, y me puse a soplarles. E inmediatamente imaginé que allí adentro había un mundo. Sí, había una isla, con un cielo lleno de estrellas, una luna llena. Y mi aliento era el aire, el soplo del viento que hacía bailar las hojas de los árboles… Cerré la apertura de las manos, como quien guarda un tesoro. ‘¿Qué hago con eso?’ Por un instante pensé en guardarlo, protegerlo. Pero no lo sentí correcto. Y en seguida pensé que debía regalarlo al universo. Y abrí las manos, y bajé la cabeza.” Escrito después de la sesión de Movimiento Auténtico el 16/04/13
Foto: Moonlight at Redang Island, de Christian Haugen en Flickr
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